viernes, 30 de mayo de 2008

Los reyes se lo montan solos


The Chesterfield Kings - Stop! (1985)



La historia de los Chesterfield Kings pasa por matizar que no son los reyes de Chesterfield, sino de Rochester, una típica ciudad del estado de Nueva York con calles lineales trazadas a escuadra y cartabón, en la que el cantante Greg Prevost y el bajista Andy Babiuk forman esta banda, en el crepúsculo de los años setenta, junto a Orest Guran como teclista, Rick Cona de guitarrista y Doug Meechan y su batería. El origen musical del grupo se sustenta en los melómanos de Prevost y Babiuk que coleccionan discos de la invasión británica de mediados de los sesenta como Biblias colecciona la familia Flanders, amén de otros estilos de está época tan fecunda. Para elegir vestimenta nada de chaquetas como Julián Ruiz, se calzan pantalones de pitillo que ensalzan su estilizada figura y en la peluquería de Rochester les cortan el pelo como el guitarrista que sale en su póster de los Rolling Stones, un tal Brian Jones.


Como ya hemos comentado en otras ocasiones, el éxito de un estilo provoca el resurgir de otro antagónico, y teniendo en cuenta como se presentaba el año en que publican Stop!, a estos chicos que han desempolvado la Rickenbacker les entra la mula uva de ver como Trevor Horn se pasa por el peluquín de la producción a un buen número de grupos, los sintetizadores más chungos sustituyen a las guitarras y ya no les hace gracia ponerse a bailar con baladas de Spandau Ballet. Lástima que por Rochester no llegaran noticias de España, pues aquí vivíamos un buen año, se estrenan series televisivas tan potentes como el Equipo A, el Coche Fantástico, Barrio Sésamo y Falcon Crest, ya pasa un año desde que La Unión canta el hombre lobo en París y Marta Sánchez comienza a triunfar con Olé Olé para quedarse posteriormente en porretas para Interviú.


Le dijeron a Rupert que querían el pelo como Frankie Goes To Hollywood y luego mira

Con su primer álbum ("Here Are The Chesterfield Kings", 1983), los Chesterfield Kings se convierten en abanderados del revival garajero junto a los Lyres o los Fleshtones y destapan el tarro de las esencias garajeras, sacándose de la chistera canciones de un buen puñado de grupos escondidos en el garaje americano, homenajean como es debido con eléctricas versiones a los Sonics, los Turtles o los Chocolate Watchband, y para este segundo trabajo, el quinteto deja un poco más apartadas las covers e incluye sus propias composiciones.


El resultado final queda con un sonido que casi no pasa del sesenta y seis, con doce canciones vibrantes, garajeras, habilidosas y de duraciones que pasan escasamente de los dos minutos, trasladándonos si cabe, un poquito más a la estructura musical sesentera. El Lp se inicia con la estupenda “Stop”; en “It´s Allright” o el single “She Told Me Lies” se inclinan hacia caminos más psicodélicos; “I Cannot Find Her” salva la deuda musical con los Kinks; Greg Prevost se alía con un elemento satánico para rendir tributo a Mick Jagger en las Stonianas y Rythm And Blueseras “Say You´re Mine” y “My Canary Is Yellow”; y dan un master de sapiencia en “Cry Your Eyes Out”,I Don´t Know Why” o un cachondo final con “Bad Woman”.


El balance final se traduce en un disco imprescindible, que puede estar perfectamente en las mejores estanterías con discos de los sesenta y que debería estarlo en las que queden huérfanas de esta banda. Quizás se le podría achacar que no han inventado nada nuevo…pero Telecinco tampoco lo ha hecho con Bea la Fea.


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jueves, 22 de mayo de 2008

Grandes discos que (casi) arruinan a su discográfica ( II )

My Bloody Valentine
My Bloody Valentine - Loveless (1991)

Así estaba el tema (y tal...)

Nerón quemando Roma, el Hinderburg calculando mal a la hora de aparcar, el vídeo Beta siendo desplazado por su hermano tonto, el Windows Vista (todo él)... en esta pequeña lista tienen cabida algunas de las catástrofes económicas (y la mayoría trágicas) de la historia de la humanidad. Todas, excepto el Vista -que no hay por donde cogerlo-, además comparten la característica de ser obras de arte en su ámbito. Nadie está aquí comparando el epítome de las ciudades modernas con un cacharro en el que se introducía una cinta magnetoscópica (y si lo hacemos pedimos perdón a cualesquiera sociedades históricas que se hayan sentido ofendidas). Como decíamos, fueron y son grandes dispendios económicos o serios fracasos, pero con un buen fondo. A esta entrañable lista, la humanidad debería incluir el disco que My Bloody Valentine tuvo a bien publicar en 1991.



La historia es la siguiente: Irlanda finales de los años 80, principios de los 90. En el país del trébol, dos mangarrianes como Colm O'Ciosoig y Kevin Shields forman un grupo, el tercero o cuarto desde que eran adolescentes, con el cantante Dave Conway y la novia de éste como teclista. Dan varias vueltas al tema del nombre y se deciden por My Bloody Valentine, extraído de una película de terror de serie z o inferior. Después dan el paso más lógico en sus carreras: se van de gira a los Países Bajos y a Berlín, vamos lo que todo hijo de vecino haría en esos momentos. En la capital alemana, Shields empezó a cogerle gustillo a la grabación en el estudio (en qué hora...) y, junto con el grupo, registraron su primer álbum de My Bloody Valentine: "This Is Your Bloody Valentine" con escaso éxito. Con la orejitas gachas, vuelven a Londres donde se quedan sin teclista, pero ganan una nueva bajista: Debbie Googe. El grupo sigue dando tumbos por discográficas y sufre más abandonos: Conway decide irse; había que buscar vocalista. Para encontrarlo, Shields puso un anuncio en la prensa (al lado del "se vende piso, razón aquí"), contrató a la Bilinda Butcher; con quien a partir de entonces compartiría micrófonos. Con ella, el estilo del grupo estaba ya maduro.

Por aquel entonces, ya eran conocidos por sus actuaciones en directo, principalmente por dejar en ‘shock’ a la audiencia permaneciendo quietos en el escenario con las cabezas mirando al suelo (el mismo efecto se consigue con la tertulia de Cine de Barrio). La prensa, tan dada a poner etiquetas, bautizó esa actitud como "shoegazing" (algo así como tocar mirándote las zapatillas). En esos momentos, eran el grupo que había que ver en directo, su sonido era la máxima influencia en las islas y tenían fama (sin ironía ninguna) de sacar sencillos y Ep's a con una frecuencia que ni la RENFE cuando viaja un ministro. Como si te tratara del timo de la estampita, Alan McGee picó y los contrató para el sello Creation, porque vio en ellos a los Hüsker Dü ingleses y parecían buenos chicos. Angelito mío…

My Bloody Valentine

Porque la foto es en blanco y negro, pero en realidad son como los Parchis del rock alternativo


Al principio, como casi en todas las cosas que tienden a salir mal, la cosa pintaba bastante bien: Kevin Shields le dijo a Creation que tendrían el disco grabado "en cosa de cinco días" (se dice que en casa McGee todavía tiene pesadillas con esa expresión como protagonista). Lo dicho, el segundo disco se fue complicando, hasta que los cinco días se convirtieron en dos años. Shields se ganó la fama de perfeccionista extremo: grabando pista tras pista de guitarra, midiendo con escuadra y cartabón la distancia del micrófono con respecto al amplificador o mandando a paseo a cada uno de los 14 ingenieros que trabajaban en la grabación porque le bajaban los volúmenes cuando iba al baño. Todo tomaba el marchamo de ser como la obra de El Escorial: cada semana, en las oficinas de Creation, recibían a líder del grupo que conseguía sacarle otro cheque a señor McGee prometiéndole el oro y el moro (la misma situación que cuando ibas a pedirle la paga a tu padre, sólo que las 10.000 libras que le entregaban a Shields dan para comprar muchos paquetes de chicle Boomer). La cifra que se suele apuntar como definitiva del costé de la grabación son 250.000 libras. Resumiendo, en 1991, la cosa estaba peliaguda: la prensa se dedicaba a hacer público el comportamiento de Kevin Shields (del que se dice llenó su casa de alambre de púas entre las habitaciones para que nadie tocara sus cosas), Creation estaba en bancarrota técnica y las relaciones del líder y alma mater del grupo con Alan McGee y el resto de la banda estaban en punto muerto. Y sin embargo, Lovelees (el fruto de tan arduo trabajo) sigue siendo un grandísimo álbum.

Hablar de las canciones de este disco por separado puede parecer poco menos que una herejía. Todo esta unido como si de un puzzle sideral se tratara. Si bien es verdad que, el disco, se percibe de muchas maneras en la primera escucha (y las siguientes): unos dicen que "ven" las canciones, otros "huelen" los interludios y, los menos, hasta las escuchan (como Homer con las tartas). Lo que sí que es verdad es que no deja indiferente a nadie (en Garajeland nunca renunciamos a utilizar un buen tópico): algunos lo rechazan con vehemencia, otros agachan la cabeza y abrazan el sonido noise y, los menos, se comunican con Carlos Jesús vía Fax, de todo hay en la viña del señor.

Kevin Shields

Kevin Shields: Conviene no darle de comer después de la medianoche ni dejarle solo en un estudio


Así todo, no es un disco que engañe. La primera canción: "Only Shallow" presenta perfectamente el sonido de la banda: toneladas de pistas de guitarra que rugen, creando una textura de mar crispado que sólo se rompe con la delicada voz de Bilinda Butcher. Samplers, efectos creados con el trémolo de las Fender Jaguar y Jazzmaster de Shields, una batería hipnótica... todo cuenta para crear esa particular atmósfera, que es -al mismo tiempo- impenetrable, adictiva y tan tatareable como tu canción pop favorita. Así hasta completar 10 temas que se mueven entre el pop de los 60 reconstruido a base de capas de guitarras distorsionadas de "When You Sleep" o la medida delicadeza de "Sometimes".

Puede que el disco tuviera un parto difícil, pero mereció la pena. Lo mismo pasa con Kevin Shields: el cual volvió a sacarle pasta a Island Records, la discográfica a la que McGee vendió los derechos del grupo, prometiendo una continuación mucho mejor del "Loveless" que nunca llegó (en Island todavía hay un señor que espera las cintas con fe inquebrantable). El resto del grupo también salió tocado de la experiencias con Shields, dos de ellos abandonaron la nave por puro agotamiento y Bilinda Butcher (que mantuvo una relación con Kevin, que debe ser fabuloso en una cena familiar) dejó la música para hacerse ama de casa. De Shields se han ido sabiendo cosas: colaboró con Sofia Coppola en dos de sus películas o que estuvo un tiempo con Primal Scream. En este mismo año, grupo completo actuará en el Festival Benicassim. Pero les debo una confesión: juraría haber visto a Shields como el encargado de alguna obra. Por lo que se ve, le pone mucho empeño, el problema es que pide adelantos todos los meses. Si ustedes están dispuestos a arriesgarse, posiblemente -tras la reforma- su casa aparezca en la revista Casa Diez, como una de las más influyentes de la historia, sólo tendrán que esperar unos añitos.




Vuestro amigo en el tiempo, Tomás Verleín


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miércoles, 21 de mayo de 2008

Conversaciones insustanciales sobre música

Volumen Techno-Dance: ¿Qué música te gusta?



Es bien sabido que los seres humanos y humanas, en un alarde evolutivo, han creado un sistema de comunicación articulando palabros (a veces), que en muchas ocasiones es útil y en la mayoría de los casos es utilizado para decir tonterías, sin ir más lejos solo hay que ver la sección de noticias gilipollas (creo que se llama así) del telediario de Antena 3.


Dentro de este marco de conversaciones, hay veces que tenemos que contestar a esa incomoda, y por otro lado terrorífica, pregunta de ¿Qué tipo de música te gusta? Como no hemos encontrado un perfil semilla del Homo Habilis que te interroga por tus gustos musicales, hemos supuesto que se puede transformar en todo tipo de apariencias, como ejemplo básico de este homínido pueden observar la fotografía adjunta. A este tipo de personajes los conoces más bien poco, pero la necesidad comunicativa y tu desaforada pasión por hablar de música coincide con su curiosidad por esta afición, al fin y al cabo a todo el mundo le gusta la música, irremediablemente no te va a preguntar si el ingeniero de sonido de los Badfingers es mejor que el del tercer disco de los Flamin´ Groovies, así que la primera pregunta no puede ser otra, ¿qué música te gusta? Para ti es una pregunta compleja pero que requiere de una respuesta sencilla para el pueblo llano.


Normalmente el interrogador contestaría algo así como “a mi es que me gusta de todo”, ¿de todo?, ha quedado fichado de inmediato, eso quiere decir que es capaz de fumarse cualquier cosa (musicalmente hablando), incluida una banda sonora de programas nocturnos de Llama y Gana, o lo que es peor, una banda sonora de Phil Collins. Si su variante es: “me gusta de todo, menos el jevi…salvo alguna balada”, echa a correr directamente, es posible que estés hablando con la audiencia del programa de Teresa Viejo. Efectivamente, alguien que entiende Alta Fidelidad no puede contestar algo semejante aunque le saque del apuro.


Lo mejor es preparar una fracesilla que no comprometa demasiado, que diga un par de grupos (sin matizar cuales de sus discos son un truño), que no te haga parecer una de esas personas que se preocupan por conocer datos (complicado), que se note que tienes el mejor gusto musical del mundo pero sin parecer un prepotente, no insinuar que la gente sabe mucho menos que tú (aunque sea cierto), tirar a lo no comercial pero sin pasarse, pero sobre todo dejar claro que a ti no te gusta de todo.


La muletilla que he ido perfeccionando con el tiempo es algo así: “pues… (mascullo un poco), me gustan grupos de la época de los Jam y los Clash (algo antiguo pero no mucho, bien pensado), algunos grupos actuales de menos éxito están bastante bien, …y ahora estoy muy metido comprando cosas de (póngase aquí estilo musical como Powerpop, Psicodelia-Romántica o Garaje-Jazz)”. La frase tiene errores, está claro, así lo atestiguan las caras que pone la gente, ¿pero acaso tú lo harías mejor?
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jueves, 15 de mayo de 2008

Cuando Eric Clapton era Dios


John Mayall and the Bluesbreakers - Bluesbreakers with Eric Clapton (1966)

A lo largo de la historia se han creado (normalmente por casualidad) una serie de asociaciones clásicas que han calado en la cultura: el gordo y el flaco, el Dry Martini y las aceitunas, la la serie Bonanza y Chiquito de la Calzada... Si nos ceñimos a lo estrictamente musical, una de estas parejas desencadenó una revolución que dejaba en pañales la aparición de Nesquik: El uso de una Gibson Les Paul tronando a través de un amplificador Marshall. La ecuación era sencilla: un disco aprobado por una de la referencias en el blues que se de las islas (John Mayall), un inglés de los de té con pastas y talento extraordinario para la guitarra que quiere seguir fiel a la tradición del blues electrificado (Eric Clapton) y dos de los mejores instrumentos para crear música que hechos por el hombre. El resultado de todo esto es un disco incendiario, revolucionario, pero poco conocido por las nuevas generaciones, entre otras cosas porque no gozaba de una versión en CD en la que fuera digno gastarse unos aurelios. Aunque es bien sabido que, en Garajeland, apostamos por el vinilo por una simple razón: si quieres hacerte una foto imitando a Mickey Mouse, el efecto es mucho más realista con dos vinilos que con dos cedés (y con esto no quiero decir que yo lo haya hecho...). Pero volvamos a lo importante: ¿a qué sonaba esa guitarra que sostenía Clapton con 21 añitos? pues a una extraña mezcla entre técnica e intuición, que consiguió abrir las orejas de muchos ingleses al blues que había venido de América. En el disco, las manos de Clapton parecen estar domeñando a una animal furioso, consiguiendo notas que - a ratos- suenan urgentes, frenéticas y -a otros- tan lánguidas e hirientes como cuando descubres que tu cuñado se ha comido la última Copa Danone.


La historia de John Mayall y Eric Clapton comenzó poco antes de grabar el disco. El primero ya gozaba de una reputación como bluesman con argumentos suficientes para dominar el cotarro: tenía una buena voz, era un teclista más que solvente y un armonicista superdotado. Entre 1965 y 1966, vio tocar a Eric Clapton con su primer grupo: los Yardbirds, Eric no estaba contento con Keith Relf y los suyos, ya que se estaban apartando de la senda del blues para abrazar el pop. Así que, viendo al situación, John invitó a Eric a unirse a él. El grupo, además de ellos dos, lo formaban John McVie (posteriormente en las dos encarnaciones de Fleetwood Mac, la bluesera y la que vendió millones de discos en los 70) al bajo y Hughie Flint a la batería, un gran conjunto que se complementaba con músicos de sesión que aportaron los arreglos de metales y que, casualidades de la vida, habían crecido como instrumentistas gracias al caldo de cultivo del que habló mi conspicuo compañero. Eric Clapton se marcharía después de editar el disco, pero Mayall no se amilanó y escudriñó el horizonte hasta encontrar sustitutos a la altura de las manos de Clapton, como Peter Green (alma mater de Fleetwood Mac y uno de los músicos con más talentos de su generación, naturalmente acabó en un psiquiátrico) o Mick Taylor, que se formó con Mayall y acabó sustituyendo al malogrado Brian Jones en los Rolling Stones. De hecho la nómina de músicos que han tocado con Mayall en los Bluesbreakers es un salón de la fama en sí mismo: Jack Bruce de Cream, miembros de Canned Heat, Andy Fraser de Free.. y la lista sigue. Visto así, propongo a John Mayall como seleccionador español de fútbol, cumple todos los requisitos: es viejuno, sabría que decir 'y tal' y, sobre todo, tenía un ojo para elegir a los músicos de su grupo que ya quisieran muchos.

John Mayall Eric ClaptonClapton tiene cara de haberse quedado con la cartera del de blanco y luego irse a los recreativos a gastarse los cuartos en el Street Fighter II



Y en estas llegamos al disco, grabado prácticamente en directo, con Mayall a la mayoría de las voces, el piano y la armónica y Eric fundiendo estilos de varios bluesman: Freddie King, Otis Rush o Buddy Guy. Blues de Chicago, pero a la inglesa. Para muestra, la primera canción: "All Your Love", un riff elegante, manteniendo el espíritu original, pero con pinceladas del sonido denso y sostenido que luego seña de identidad de Cream (o Led Zeppelin). El solo que se marca Eric pondría de pie a la tertulia de Sánchez Dragó y se complementa perfectamente con la voz del propio Mayall. El grupo suena compacto, moviéndose con maestría entre los blues desagarrados y los instrumentales, como "Hideaway"; en el que McVie y Clapton se echan un mano a mano (la leyenda cuenta que Clapton mantuvo el nivel de volumen del Marshall cercano al máximo, para pasmo de los ingenieros). Estos parámetros se mantienen hasta "Another Man", en la que John Mayall dice su particular "hasta aquí hemos llegado" y se marca una interpretación en solitario con la ayuda de su armónica y de su respiración (presente en toda la canción). La primera cara del vinilo acababa con "What I'd say", una versión de Ray Charles, algo alejada del estilo del grupo, pero que sirve para colocar un solo de bateria (que nunca viene mal) y para que Eric Clapton realice un guiño al colar unos acordes de "Daytripper" de un grupillo de Liverpool que no eran muy allá. "Key to Love" y "Parchman Farm" fueron grabadas en directo, con todos los músicos tocando a la vez, en un intento de capturar lo que los Bluesbreakers realizaban en sus actuaciones en directo. Por lo que se ve, el efecto del grupo en las masas es similar al que se produce aquí cuando se dice eso de "Buenas noches Madrid" o "Ese rock" (que juro que oí pronunciar a la excantante de la Oreja de Van Gogh). El Blues lento vuelva a tomar protagonismo en "Have You Heard", donde Mayall dejó libertad para improvisar a Clapton, dándole confianza, lo mismo que tuvo que hacer en "Ramblin' On my mind", un blues de Robert Johnson y la primera canción con voz solista de Eric Clapton de la historia. El disco (discazo a estas alturas) acaba con "Steppin' Out", otro instrumental de sublimes fraseos de guitarra y con "It Ain't Right", con Mayall a la altura de Little Walter en el empleo del arpa de Blues.


El blues hecho guitarra (si quieren verme sufrir les aconsejo que agarren esta guitarra y toquen con ella los acordes de Paquito el chocolatero, ni en el garrote vil oiga!)


Y eso es todo, un grupo iniciando una racha, un guitarrista de 21 años al que el talento le desbordaba, 12 canciones y un sorprendente éxito en las listas (Mayall pensaba que este álbum sólo gustaría a los entusiastas del blues): el disco no sólo llegó a número 6, sino que se mantuvo en listas durante 17 semanas y, por si fuera poco, convirtió al grupo en legendario y al propio Clapton en una deidad. Éste es el disco responsable de que aparecieran pintadas en las paredes de Londres con la frase "Clapton is God" (Clapton es Dios). Al poco tiempo, fue elegido por la NME como el mejor guitarrista del año. En la fiesta de entregas de premio coincidió con Jack Bruce (mejor bajista) y Ginger Baker (mejor baterista) y decidieron hacer un grupo: "Cream" (no se pregunten por qué en España no se forma un "Súpergrupo" con los que ganan premios, aquí todos se los lleva Alejandro Sanz, o como mucho Miguel Bosé, así nos va). 1966 fue uno de los mejores años de Clapton y, el inicio, de una gran época en lo profesional (en lo personal le iba un poco peor: se enamoraría de la mujer de su mejor amigo, descubriría que su hermana es su madre, le daría a la heroína a la altura de Keith Richards, se le morirían varios amigos íntimos... Ni en el Diario de Patricia se oyen tantas desgracias). Más que posiblemente, Clapton ha acabado imitándose a sí mismo, pero durante 1966 fue un Dios en la tierra, que ya nos gustaría a algunos durante cinco minutos.



Vuestro amigo en el tiempo, Tomás Verleín


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miércoles, 14 de mayo de 2008

Aquí huele a nuevo estilo...


The Raspberries - Fresh (1972)

El segundo disco de los Raspberries debería incluir un buen asterisco que rece: “*No te fíes de nuestras pintas”, cualquiera que vea la foto pensará que conoce a esos cuatro tíos, que los ha visto por una gira veraniega de fiestas patronales recorriendo municipios en torno a la carretera de Andalucía, pero no.

Efectivamente, sus chaquetas no están de moda salvo en la boda de Farruquito, y sus canciones tampoco entraban en los ideales musicales de principios de los setenta, donde el Rock más autocomplaciente empieza a comer terreno a grupos con regusto por sus raíces más inmediatas de la década recientemente finalizada. La querencia de Eric Carmen por los discos de los Beatles, los Hollies o los Small Faces le hace formar los Raspberries. Los inicios de la banda, tocando por su ciudad natal de Cleveland, van formando paulatinamente el grupo con Carmen en el bajo, Jim Bonfanti en la bateria, Wally Bryson como guitarrista principal y Dave Smalley, el último en llegar al que se le asigna un puesto de funcionario en guitarra rítmica. Esta formación es la que llama la atención de la gente de Capitol Records y graba el álbum que vamos a comentar, Fresh.


Conoce quién es quién mientras bailan Paquito "el Chocolatero"


Como bien comentó Tomás Verleín en el artículo de Big Star, un reducto de grupos reivindican la canción pop en un mar de canciones de largo minutaje, los Raspberries reinventan a su manera sus influencias musicales y casi sin quererlo sacan un disco que trazaría el camino de (sorpresa) una nueva etiqueta para el mundillo musical, Powerpop. La publicación de Fresh, a diferencia de los comentados Big Star, si que viene acompañada del apoyo y buen hacer de su sello discográfico, hay que recordar que a Capitol Records trincaba un buen dinero por los discos de los Beatles. El principio del disco cuenta con los dos singles del álbum, “I Wanna Be With You” y “Let´s Pretend”, compuestos por el capo Eric Carmen, luego se ponen descarados en temas como “Every Way I Can” o “Drivin Around”, se marcan melodías absorbentes en “Nobody Knows” e “It Seemed So Easy”, y no dejan de enganchar con los juegos de voces en “I Reach For The Light”. Diez canciones frescas y directas que casi te trasladan a orillas del Mersey en los sesenta. Pese al panorama poco propicio para estas composiciones de escasos dos minutos, el disco funcionó decentemente bien comercialmente, entrando en los cuarenta principales americanos (esos que hablan con acento de Fernandisco), y colando algún single entre los veinte primeros.

El disco se resume en que ampliamente, se puede comer con nata, azúcar, cilantro y lo que uno quiera. Lástima que al cabo de los años Capitol se quedó sin ideas sobre las frambuesas (sacaron discos en forma de cesta, incluyeron ambientadores de pino con olor a frambuesa, etc.) y a Eric Carmen no le hizo gracia la idea de cambiar el nombre del grupo por otro fruto que saliera en los fruitis. La formación original se desintegró poco a poco y aceptó la derrota ante los discos conceptuales y grupos que ocupaban solos de guitarra con una duración aproximada de cuarto y mitad respecto a las canciones de los frambuesas. ¿Derrota?, bueno ahora pueden tener una nueva oportunidad.


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viernes, 9 de mayo de 2008

De cero a cien en doce canciones


The Sonics - Here Are The Sonics (1965)

Algunos de los que lean esta página pensarán que porque nos llamamos garajeland si no comentamos ningún disco garajero, para enmendar el error que mejor que empezar con el primer disco de los Sonics, Here Are The Sonics, publicado sabiamente en 1965.

El manual de uso para una banda garajil es fácil de entender, cuatro paredes, un techo y generalmente un suelo, es decir, un chamizo que previamente han dejado unos padres comprensivos y confiadillos como Ned Flanders, ignorantes de que el coche se moja y que esa ilusión paternal de tener unos hijos en la orquesta filarmónica terminaría en una locura de banda, con cinco elementos aporreando instrumentos de forma más agresiva que la Pantoja ante un micrófono con Tomate.


Una sala de ensayo como Dios manda


Si esta escena la situamos en el Pacific Northwest americano, concretamente en la ciudad de Tacoma a principios de los sesenta encontramos a dos hermanos de peluquines y flequillos lacios que admiran el sonido de los Wailers, de Chuck Berry, Little Richard o James Brown, hablamos de Andy y Larry Parypa, bajista y guitarrista respectivamente, que ponen a su grupo el nombre de The Sonics. Después de sus primeras formaciones, se incorporan a la banda el cantante y teclista Gerry Roslie y el batería Bob “Boom Bomm” Benett, antiguos miembros de los Searches, aunque nada que ver con el grupo de la orilla del Mersey. Para completar el engranaje se une el saxofonista Rob Lind, que añadiría el frenetismo a los ya de por sí acelerados miembros primitivos de la banda.


Bien peinados, demostrando que salvo el del abrigo peludo todos fueron a colegio de pago

Para su primer disco y después de publicar el single “The Witch” (que sustituyó el "Keep A Knockin" de Little Richard en la cara A) se ponen en manos de dos miembros de los Wailers para la producción. El sello Norton les proporciona unos recursos de grabación que ya quisieran en la revolución industrial allá por el siglo XVIII, un dos pistas y un micrófono para todo el grupo, unas condiciones de grabación que llevarían directamente al psiquiátrico a músicos tan mantas y amantes de los mil ruiditos como Justin Timberlake o Camela. En 1965 se publica “Here Are the Sonics”, doce canciones en la edición original, con ocho versiones atronadoras que llevan hasta el límite del salvajismo y la velocidad a temas de Chuck Berry (“Roll Over Beethoven”), Little Richard (“Good Golly Miss Molly”), Berry Gordy (“Do You Love Me”), Rufus Thomas (“Walking The Dog”) o la tremenda canción del creador de “Louie Louie”, “Have Love Will Travel” de Richard Berry. Echando un poco más de gasolina al fuego, Gerry Rosley cuela cuatro composiciones en las que da rienda suelta a sus historias sobre chavalas de mala vida, coches o psicópatas enamorados, que acompañadas de sus chillidos y el frenético ritmo de la banda se traducen en canciones imprescindibles, “The Witch”, “Psycho”, “Boss Hoss” y “Strychnine”.

Seguramente, cuando las cucarachas inteligentes nos reemplacen y encuentren los discos de los Sonics y a los sosainas grupos que abundan en el actual panorama, poniendo en un altar a Kike Santander, pensarán que en algún momento nos volvimos locos al no aprovechar las canciones Sonicas como bien se merece. Y tendrán razón.

El que quiera ver a los Sonics con unos añitos de más, en la quincuagésima reunión musical puede hacerlo en Bilbao el día 31 de Mayo, las críticas parecen favorables.


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viernes, 2 de mayo de 2008

El verdadero axioma del Pop


Teenage Fanclub - Songs from the Northern Britain (1997)


Hay que reconocerle a Alan McGee que, pese a tener menos glamour que Tony Wilson -el otro gran gurú de la música inglesa de los 80 y los 90-, su aportación al mundo musical ha sido tan importante o más que la del no-protagonista de "24 hours party people". McGee, con su sello Creation, ha conseguido de todo: descubrir grupos de culto (como The Jesus and Mary Chain), ganar mucho dinero (con Oasis), perder mucho dinero (gracias a Kevin Shields y sus My Bloody Valantine, con quienes los contables de la discográfica debían tener pesadillas) o poner en circulación a bandas tan camaleónicas como Primal Scream. Como curriculum no está mal, aunque el departamento de investigación de Garajeland, armados con una guía de ciudades con encanto sin encuadernar y teléfono de góndola, ha conseguido averiguar que Alan McGee siempre tuvo una espinita: que Teenage Fanclub, su grupo favorito; en los que él creía tan ciegamente como sólo puede hacerlo una madre con sus hijos, aunque estos sean los más feos (mamá, un saludo desde aquí), no triunfaran como debieran. No han triunfado, no, pero en el camino han ido dejando algunos discos soberbios.

Teenage Fanclub nació en Glasgow (Escocia), cuna de grandes músicos (algunos reconocen su pertenencia a las Highlands y otros niegan su pasado relacionado con cualquier faldita). Hacer una lista ahora de personajes relacionados con la música que hayan nacido en el país de la gaita nos llevaría bastante tiempo, lo que quita argumentos al por momentos incontestable monólogo de Renton en Trainspotting.


Teenage FanclubNorman dice: "No es por nada, pero al de las gafas y las converse trajanas le cantan los pinreles cosa fina"


El caso es que, a mediados de los 80, se conocieron Norman Blake, Raymond McGingley y Gerard Love, los tres residentes en Belshill (barrio de Glasgow), los dos primeros guitarristas y el señor Love bajista, los tres con gustos parecidos: Byrds, Beatles, Beach Boys, Big Star y, también algunos artistas que no empezaban por B, como Neil Young o, incluso Sonic Youth o Dinosaur Jr. Su primer grupo juntos se llamó "The Boy Hairdressers", que no vamos a traducir por aquello de lo bien que quedan los nombres en idiomas. El experimento no fructificó a la larga, pero sirvió para que estos buenos señores se conocieran y compartieran Fresisuis en el portal de alguna casa. Blake se unió entonces a los BMX Bandits, donde conoció a Francis Mcdonald (batería y residente en Glasgow). En 1989, los cuatro comenzaron a tocar como Teenage Fanclub, al tiempo que McGingley y Love abandonaban sus carreras y se despedían para siempre de las ventajas del carné universitario. Su primer disco salió a la venta un año después, "A Catholic Education", proponía las bases del grupo, recuperando el Power-Pop a través de sus armas habituales: melodías y guitarrazos. Después de un par de Ep's en los que se incluye alguna joya como una versión de Madonna ("Like a Virgin", ahí queda eso), vino "Bandwagonesque" (1991), que cimentó algunos de los himnos de pop que todavía hoy perduran ("The Concept", "Alcoholiday"); "Thirteen" (1993) y "Grand Prix" (1995).


Teenage FanclubEso sí que es una tarima flotante y no lo que tengo yo en mi casa

En esas llegamos a 'Songs From The Northern Britain', que para algunos representa la definitiva evolución del grupo; para otros, la meliflua conclusión de una banda que sonaba mucho más potente e interesante allá por 1991 (y con más pelo, todo sea dicho). Nosotros, desde Garajeland (y para dar razones a quien nos acusa de políticamente correctos) diremos que sí: que la lámpara nueva queda mejor encima de la mesilla. Centrándonos en el disco, El primer tema va directo al mentón: "Start Again", una melodía intachable con un fondo sonoro de sintetizador Mogg. El segundo, "Ain't That Enough" ("¿No es suficiente?") te deja directamente fuera de combate. Curiosamente, no es más que una canción sobre la felicidad, el amor y demás zarandajas, pero vaya canción: una explosión pop a la que es difícil resistirse, 3 minutos y 42 segundos de armonías de voz fulgurantes, guitarras luminosas, primaveras de Garcilaso de la Vega, una gran batería (que demuestra que el sonido de un solo plato puede ser más expresivo que cualquier complicado redoble) y un estribillo que debería ponerse en cualquier discusión de una junta de vecinos para apaciguar los ánimos. El orden alfabético de compositores (y no es coña, así son de cumplidores), nos lleva a McGingley con su "Can't Feel My Soul", una melodía construida con efectos de fuzz en las guitarras y una coda con una solista formidable. "I don't Want to Control Of You" nos enseña la cara folky de Blake para sumergirnos en otro estribillo memorable (y van...) que habla de fidelidad, amor y madurez sin que esto parezca "Sor Citroën". Más allá va "Planets" que recuerda a grabaciones de los años 60, donde se podía unir un arreglo de cuerda magnífico con un solo de Mogg sin avergonzarse. Las variadad que dan los tres compositores del grupo es uno de los puntos fuertes de Teenage Fanclub, Love suele escribir deliciosas canciones de pop como "Speed Of Light" (uuh uuh uuh, lo cantarás, ya lo creo que sí) o "Take The long Way Round". McGingley colabora con con gemas como "It's a Bad World" y sus acordes que hacen clic en tu cerebro y Blake profundiza en sus influencias hasta extraer la melodía que te hubiera gustado escribir si el talento y haber nacido en una ciudad que en la que no llueve por capricho no fueran un inconveniente. El estribillo de "Winter", por ejemplo ("There are worlds we can find, a hidden place is in our mind") debe liberar endorfinas en la mente. Y lo bueno es que, a veces, los tres se intercambian personalidades y pueden sorprender, como en la estimable "Mount Everest" de Love, con ecos al Neil Young más introspectivo o la propia cima de Raymond McGingley, la fabulosa "Your Love is The place where I came From", canción de amor que no recurre a trillado 'te quiero', sino a una melodía simplemente perfecta que dice más que cualquier palabra, acompañada de Hammond, grandes armonías de Norman Blake y un piano en el sitio adecuado. Para algunos esta canción puede ser como un capítulo de los Osos Amorosos, pero sin dibujos en la tripa, pero otros puede ser tan gratificante como cuando resuelves un jeroglífico sin mirar de refilón la solución, el autobús llega a su hora en un día de lluvia o cuando una chica no te da un número de teléfono falso en una noche loca. En realidad estoy dando rodeos para describir algo que alguien ha hecho antes (y mucho mejor que yo). Así que me adhiero humildemente a lo que opina Nick Hornby sobre este disco: "Si ya tienes "Rubber Soul", "Songs From The Northern Britain" es el mejor alimento para el alma que puedes comprar" (adaptación libre de la frase de 31 canciones). ¿No es suficiente?







Vuestro amigo en el tiempo, Tomás Verleín

Leer toda la historia y tal…