lunes, 28 de febrero de 2011

Sweet Home Chicago



The Paul Butterfield Blues Band – Homónimo (1965)


Ya que no me lo preguntan se lo cuento yo: no soy un hombre muy dado a las celebraciones, efemérides y misas negras. La razón es sencilla: el día de mi cumpleaños causa tanta confusión entre los miembros de mi familia que ya casi nadie acierta a felicitarme en mi día. A estas alturas ya convivo tranquilamente con ello, pero la broma entre mis amigos más simpáticos y dicharacheros ha calado hondo, hasta tal punto de que muchos empezaron con la coña y han terminado por tener serias dudas de cuándo demonios cumplo años. Bueno, ya conocen mi alergia al almanaque, pero es que además he de decir que mi compañero alberga parecidos sentimientos; todo desde que en su última fiesta de cumpleaños no fue capaz de romper una piñata rebelde armado con una estaca con clavo incorporado. Ahora entenderán que no hayamos dado lustre y relumbrón a los tres años que ha cumplido el bloc que están ustedes visitando sin prescripción médica. Dicho queda.


Pese a todo, nos hemos dado cuenta de que, tras todo este tiempo, conocen poco de nosotros. Como método para remediarlo les diré dos cosas sobre mí: que de los ingleses lo que me gusta es Octopussy y de los americanos la capacidad innata de sus guionistas para colocar la frase más ingeniosa en el momento adecuado del metraje de una película. Una respuesta, un giro de guión justo cuando hace falta, ese recurso de genialidad que Azcona sabía dar. Eso se llama clase y se tiene o no se tiene. En este sentido o quizás en todos a la vez (como sí estuviéramos en plena calle en Vietnam) el universo es bastante “karmico” y por cada chica guapa que es capaz de escupir más lejos que tú (éste y no otro debería ilustrar una galería de imágenes sin clase) existen discos como el que hemos escogido hoy. Razón por la que también existen las gomas de borrar y las pajaritas estridentes, como una excusa para dotar a este mundo de clase.


paul butterfield blues bandA día de hoy todavía no se sabe qué tocaba la dama del fondo en la Paul Butterfield Blues Band


Paul Butterfield, nuestro protagonista, podría haber pasado perfectamente por un americano blanco normal, soso y sin ápice de ese savoir-faire del que hablamos. Lo era, al menos hasta que portaba unas gafas de sol, una armónica y una banda de Blues a los lados. Entonces era un gigante. Algo así como el “tú cavas” de Clint Eastwood en El Bueno, el Feo y el Malo, “El que viva Led Zeppelín” de Otto antes de diñarla o el último golpe que Ali nunca dio a Foreman. Lo que suele decirse un tío con clase. Con toda su clase, Paul no sólo tenía que bregar contra su propio anonimato, Sino contra su propia presión autoimpuesta; la de un amante confeso del Blues que quería homenajear a sus héroes.


Con esos condicionantes y, manteniendo incorruptible su deseo de tocar Blues, Paul se las arregló para tener actuaciones en Chicago, su ciudad natal y conocer a los futuros músicos de la banda que llevaría su nombre. El más conocido de ellos, Mike Bloomfield fue un extraordinariamente dotado guitarrista que sería pieza fundamental en la historia de la música a través de Electric Flag, formando dupla con Al Kooper o al mando de la conversión a la fe del Blues que Dylan sufrió en 1965. Mike se unió a la banda justo antes de que este disco fuera grabado (no me digan que no tiene magia la historia de la música), Elvin Bishop, segundo guitarra era compañero de la universidad de Paul donde compartían los bocadillos de panceta de la cafetería equitativamente (según nos diría la estadística uno se comía la carne y el otro el pan). Ambos se las apañaron para robarle a HowlinWolf la sección rítmica: el bajista Jerome Arnold y el baterista Sam Lay; se cree que utilizaron alguna hábil estratagema como llamar por teléfono al estudio donde grababa Wolf y preguntar por el señor Lotas, de nombre Empe. Mientras todos los del estudio preguntaban por un tal Don Empelotas, Paul y Elvin sacaron del estudio a Jerome y Sam por la puerta de atrás (1). Juntos, como la Paul Butterfield Blues Band fueron punta de lanza del homenaje del Blues blanco al Blues de toda la vida. Probablemente el reconocimiento más potente a la raza negra que ha dado la cultura anglosajona en el siglo XX. Un alegato contra el racismo que no fue organizado, ni demandado por nadie. Simplemente eran jóvenes blancos que adoraban la música Blues por encima de cualquier otra cosa. Tan sencillo, tan irrepetible, tan poderoso.


Probablemente este grupo podría haber quedado como una mera anécdota si no gozaran de dos características propias e intransferibles: un conocimiento único de las canciones que abordaron en su carrera, nadie intimaba con Blues como ellos, consumiéndolo y viviéndolo con la intensidad que sólo puede dar la pasión incondicional por algo. Una forma de ver y sentir la música que pocas veces se ha logrado en su plenitud y que ningún yogur de Activia puede darte (de momento). El otro punto necesario para que la Blues Band de Paul Butterfield sea eterna es que se trababa de una conjunción judeomasónica de músicos excelsos, virtuosos sin pompa ni circunstancia que formarían en cualquier elenco de sospechosos habituales de la música Blues. Es más: siguiendo una tradición que instauro ahora mismo (y que consiste en dejar de dar rodeos y explicar las cosas de la manera más sencilla posible), tomo como mías las sabias palabras de un señor que me encontré en una parada de autobús: eran gente con tal calidad “que te vuelan el sombrero sin pistola”.


paul butterfield blues bandEn realidad todos sabemos que es poner las manos haciendo "así" y que te salga el lamento blues


Recapitulemos qué tenemos hasta ahora: Chicago, Blues blanco y homenaje, Paul Butterfield, musicazos de manual, Yuhhhuu una pegatina de la ferretería… parece natural que la primera canción del disco sea un blues, escrito por un blanco sobre la ciudad del viento e interpretado con maestría. Born In Chicago, de Nick Gravenites es una profunda declaración de intenciones desde el segundo uno: dos guitarras entretejiendo líneas melódicas con la voz de Paul destacando sobre ellas, ya sea cantando o disparando fraseos desde su armónica. El ritmo sigue alto gracias a Shake Your Money Maker, el himno de Elmore James que las guitarras de Elvin Bishop y Mike Bloomfield llevan a su máxima expresión sobre un órgano de Mark Naftalin (apellido que me hubiera gustado inventarme, pero no, este hombre se apellidaba así. Maldita realidad, siempre me ganas por la mano). Dos canciones y todos los prejucios sobre que el Blues es aburrido tirados por la borda. La Butterfield Blues Band no dejó ningún detalle sin pensar en esta grabación: el disco es la historia del Blues en 11 temas, con referencias continúas, como Blues With a Feeling, de Little Walter, donde Paul tiene la difícil papeleta de jugarse el tipo con el, más que probablemente, el mejor armonicista de Blues de la historia (pendenciero y genial, capaz de gastarse hasta la camisa en el juego e innovar potenciando su armónica con un amplificador, todo en el mismo día).



Entre tanta intensidad, Thank You Mr Poobah o Screamin’ actúan como bisagra. Estos instrumentales del disco demuestran la especial telepatía que tuvo que presidir las sesiones de grabación. Una mezcla imposible de dejarse llevar y empatía musical que está presente desde el primer corte del y que va en progresión infinita: de una chispa hasta el incendio de Hindenburg. Especial atención a Sam Lay que toma el micro en I’ve got my Mojo Working, versión de Muddy Waters de ritmo casi más frenético que la original; característica que comparte con Mellow Down Easy (Willie Dixon) y que dotan al álbum de esa sensación de poder haber sido grabado en un sótano de alguna calle de Chicago, con el calor de la ciudad de Illinois como protagonista. Una bochorno que no tiene un sonido propio, pero bien podría hacerlo como este disco.


Lo que nos queda mantiene la fuerza de abrazo de oso que nos llegó con la primera canción. Our Love is Drifting transmite la devoción que Paul Butterfield tiene por el Blues, mientras que Mystery Train hace justicia con una de las canciones con más historia de la música americana (el departamento de recomendaciones de Garajeland les pone sobre la pista de la alucinante versión que el mismo Paul junto con The Band perpetran en Last Waltz). Para terminar nos quedan joyas como Look Over Yonders Wall, con sus guitarras llevadas al límite y Last Night que transmite esa mezcla de sentimiento y pertenencia que tiene el Blues cuando quien lo toca lo hace con rabioso amor por este género. Una cualidad que dota a la música de una capacidad de llegar sin filtros a tus oídos; de comprender lo que oyes, aunque sea la muestra más dolorosa que Little Walter pudo crear (“Last night I lost the best friend I ever had”).


paul butterfield blues bandMeter un perro en el grupo: ese paso adelante que necesitaba el Blues


La historia de la música ha sido justa con Paul Butterfield (de las listas de éxito ni hablamos), ya que suele aparecer demasiado pocor en la directorio de la biblioteca de la isla Phatt, en la letra B de “Blues blanco, música que haces sin avergonzarte cuando escuchas un disco de Elmore James y eres casi transparente”. La importancia de este buen señor, y su grupo, sólo es comparable al efecto catalizador que tuvo John Mayall en Inglaterra. Ambos quisieron y lograron ser fieles y consecuentes con su música favorita, actualizándola, pero manteniendo sus raíces. Sin gente como Paul Butterfield generaciones enteras no habrían sabido en quién era Son House o Skip James. Eso hubiera sido una pena, aunque tengo que reconocer que lo más me gusta de toda esta historia es es saber que Paul grabó este disco gracias a que Paul Rotchild, productor de Elektra Records, hizo caso a un amigo cuando le dijo que el mejor grupo de EE.UU. encima de un escenario actuaba en Chicago, tocaba Blues y el cantante era un chico blanco. Es reconfortante pensar que la suerte está de nuestro lado en algunas ocasiones.


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Vuestro amigo en el tiempo, Tomás Verlein


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sábado, 26 de febrero de 2011

El Club de la Pirindola (Quinta)

Paul Weller

Tras una provechosa conversación con nuestro honrado ministro, el señor Johnny Dibud (¿De verdad alguien no ha tenido una provechosa conversación con este hombre?), comentábamos la excelsa capacidad de hacer grandes canciones que tiene el bueno de Paul Weller. Nuestro Mod favorito ha aunado como nadie la pasión por el pop inglés que más nos gusta con los sonidos del Rhythm & Blues y el Soul de la Motown. Por eso, por la dignidad que deja tras cada nuevo disco (¿sabrían dibujar la palabra dignidad en una partida de Pictionary?) merece estar en el club de los que hacen lo que les sale de la pirindola… y lo hacen bien. Por eso, y porque quince años antes de todo eso del Britpop sacaba grandes discos, y quince años tras la muerte de esa etiqueta sigue haciéndolo. No duden en medicarse sin control con sus álbumes.

Composición: Cada comprimido del señor Mod contiene 200 miligramos de Pop (no dañino para la salud), 50 miligramos de Soul, 50 miligramos de R&B y gramos del mejor pop inglés de los sesenta como principales activos. Además contiene los siguientes excipientes: estearato magnésico, músicos excepcionales y aroma a honestidad en sus canciones.

Indicaciones: El Pop y R&B presentes en cada píldora, son sustancias recomendadas a pies juntillas que actúan neutralizando el exceso de ácido en el estómago y en el amargor bucal generalizado provocado por la ingesta masiva de alimentos sonoros en mal estado.

Posología: En adultos, tomar uno o dos comprimidos auditivos tras la ingesta de discos defectuosos. Si el problema persiste puede tomar alguno más, e incluso si la crisis dolorosa ha sido muy aguda es recomendable acompañarlo con alguna bebida espirituosa de más alta graduación cuanto mayor sea el dolor. Los comprimidos deben degustarse lentamente y paladearlos durante un tiempo, no los trague enteros directamente. Niños y embarazadas pueden tomarlo sin riesgo y pueden aumentar la dosis según crean conveniente.

Contraindicaciones: Una vez solucionados los problemas de acidez, debe evitarse mezclar sus canciones con aquellos alimentos que le habían provocado los problemas anteriormente descritos. Debe evitar la mezcla con tacrolimo y ciclosporina (utilizados para el trasplante de órganos y gustos musicales), pentoxifilina, y en presencia de cualquier persona de reconocida seriedad o personalidad gris.

En esta ocasión, no hay regalo preparado. Ya saben perfectamente donde encontrar las canciones de este hombre cambiante.

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viernes, 18 de febrero de 2011

Caminando por el alambre melódico: The Scruffs


The Scruffs – Wanna Meet The Scruffs? (1977)


Ir por la vida siendo un hacedor de canciones pop es casi como caminar por la cuerda floja: Si no tienes cuidado y caes hacia un lado, tiendes a caer en el empalago, en la falta de frescura y en la eterna monotonía; si lo haces hacía el otro, la comercialidad más abrasiva puede hacer mella y las canciones pasan a ser meros chicles de usar y tirar, pues la sustancia se va tan deprisa como aquel chicle de natillas de Boomer cuyo sabor (y cuya goma) desaparecía como cuando lo mezclas con unas patatas fritas. Si tuviera que elegir a mi funámbulo pop favorito me asaltarían serias dudas, pero seguro que entre aquellos que se hallan ocultos tras los grandes nombres del cancionero pop se encontraría el rubiales de Stephen Burns, que caminó tan rápido por el alambre, que una escucha al debut de Wanna Meet The Scruffs? te deja noqueado durante los escasos treinta y cinco minutos de duración, de uno de esos discos que te convierte en fiel seguidor del grupo una vez lo has descubierto.


The Scruffs, funambulistas pop de altos vuelos. Afortunadamente nunca fueron contratados por el circo de Angel Cristo.


The Scruffs pertenecen a ese pequeño universo musical del que salen imprescindibles bandas sean o no tiempos difíciles para la música: Memphis. Ciudad de, entre otros, Big Star. Gracias a esta cercanía, Burns y los suyos no tuvieron que esperar a que años más tarde se empezara a hablar de ellos para absorber sus provechosos bienes. Ajenos al negocio musical, Stephen Burns junto a su mano derecha y guitarrista Dave Branyan, Zeph Paulson y Rick Branyan, entran a grabar a los estudios Ardent de Memphis (todo un signo de su pasión por las amplias influencias locales) para emular a los ídolos de los sesenta, a los citados Big Star, a los Raspberries y grabar un inmejorable debut.

Vale, es cierto que no va ser la primera vez que digo que un álbum merece ser escuchado, y poco a poco, y tras unos cuantos detalles escabrosos voy perdiendo credibilidad. Pero esta vez puede que sea diferente, y si para ello tengo que escribir vestido como el personaje de la foto adjunta así lo haré, para deleite del lector y un par de policías nacionales que ya me están esperando a la salida de casa, y no creo que sea para invitarme a Donuts. Bien, volviendo al disco, muchos álbumes derivan en otros estilos, lo cual está muy bien porque en caso contrario todavía estaríamos golpeando piedras con huesos, en este no hay medias tintas, sólo canciones powerpoperas al máximo, tres minutos veloces, si acaso salpicados por la energía punk de muchos grupos cansados de la comodidad en que estaba instaurada la música en la segunda parte de los setenta.



Como ya sabrán, este no es 61&49, pero para captar la atención viste similar atuendo


El álbum se abre de forma impecable, mediante “Break The Ice”, quizás una de las canciones perfectas de powerpop. Le sigue “My Mind” con una temática constante en todo el disco: los problemas amorosos y sus derivados neuróticos de la plena adolescencia (recuerden esas chicas congeladas de “Frozen Girls”). Entre el resto de canciones cabe destacar algunas absolutamente adrenalíticas como “I´ve Got A Way”, “This Thursday” o “She Say Yeah”. Otra constante son los singles en potencia que abundan en todo el disco, ahí quedan “Revenge” o la melancólica “I´m A Failure”. Las canciones se van deslizando de forma vertiginosa, con la característica voz de Stephen Burns, personal y un tanto chenchual, el combate entre tú y el disco que no te deja salir de las cuerdas ni siquiera con un suave tema amoroso acaba tras sólo treinta y cinco minutos. No hace falta más, por otra aparte.

Durante largos años el disco estuvo condenado al ostracismo de manera injusta. El escaso éxito de ventas propició la desaparición del grupo justo antes de publicar un segundo trabajo ya casi grabado. Sólo el despunte de otras bandas de los noventa como Teenage Fanclub, los Posies, etc., despertó el interés por rescatar de los cajones más profundos de vinilo a la fabulosa hornada de pop de los setenta que navegó contracorriente y que en muchos casos sólo llegaron a la orilla tras dejarse flotar durante un tiempo. Entre ellos, los Scruffs, que sólo tuvieron seguidores en los que poseían una de las pocas copias de Wanna Meet, con esa sugerente portada (¿no les recuerda a A Hard Day´s Night?) de la que sus dueños no querían desprenderse de él, un poco como el sentimiento de quien tiene una novia muy guapa pero prefiere quedarse con ella para que nadie más la conozca. Afortunadamente existen las reediciones (de discos, de mujeres sería un tema más difícil a tratar) para hacer justicia y concluir esta historia con un bonito enlace para conocer a los Scruffs. El título del disco ya es de por sí una sugerencia, avisados quedan.

Nota: Para saber como nos las gastamos, este post se le debe a nuestro dibujante favorito, el señor Mr. Mosstrem. Tiempo atrás dije que se trataría sobre este Wanna Meet, y ha pasado tanto que el bueno de Mos ha dejado aparcado los pinceles (lo que nos deja un poco tristones) por un muy reconfortante trabajo en su propia huerta.

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viernes, 11 de febrero de 2011

Conversaciones Insustanciales sobre Música (VI)

¿Se puede cambiar la música del coche… de otra persona?


Sabido o no, es que los miembros de garajeland rara vez se desplazan en coche, propio nunca, en coche rara vez. Lo cierto es que eso permite que la música que escuchamos sólo sea elegida por nosotros mismos o por el tipejo con gorra de rapero (o del tonto de las series juveniles americanas, nunca lo tuve claro) que decide deleitar al resto del personal con una selección de canciones que nunca deja acabar y suenan como la FM a medio sintonizar. Esta situación dictatorial de ir poniendo la música que me gusta me crea cierta tendencia a sufrir cuando no tengo posibilidad de elección, o como poco no veo el momento oportuno de intentar poner ese cd recopilatorio tan ameno que he preparado especialmente para el radio casete. Lo cual me lleva a preguntarme si es posible cambiar la música de un coche que no es el tuyo, y si existe esa posibilidad, como explotarla al máximo.


Cuidado con la gente con la que vayamos en un coche, es posible que no le guste demasiado tu recopilación de rumbakalao.



Cuando sip lo podremos hacer:

Grado de confianza cinco, es decir, te pueden ver en calzoncillos sin que te sientas incómodo por no saber donde meter las manos al no tener bolsillos. Es un grado de confianza estándar, aunque no en ningún caso es estricto, cada uno que vea cual es el suyo, como la RAE, garajeland no impone, sólo limpia y no sé qué más. No obstante, incluso dado este punto, siempre habrá que pedir permiso, cosa de esas incómodas normas de mantener la educación.

Inventándose cosas. Seguramente este punto dependa mucho de la credibilidad del conductor y su capacidad para soltar el complemento que suele llevar en las manos, el volante, para atizarte un par de sopapos. En cualquier caso, insinuar sin atisbo de duda que “hoy sería el cumpleaños de Gene Vincent” puede darnos una oportunidad de poner ese recopilatorio suyo que justo tenemos en las manos. Siempre apuesten a que nadie sabrá ese tipo de datos (generalmente).

Cuando todos, y cuando digo todos incluyo a la junta de la trócola del vehículo donde va montado, se encuentran de acuerdo contigo. Las victorias con un ejército potente dan menos satisfacción que las individuales, pero al menos son victorias.

Grado de desesperación latente o entrada en bucle de audición. No se descarte llegado el momento idóneo, el perder completamente la cordura para hacer más latente su frustración. Si no saben cómo hacerlo sería suficiente con pasar una hora en un jardín de infancia. Creo que en una ocasión, tras escuchar tres veces seguidas el segundo disco de Estopa estuve a punto de alcanzar ese estado (eso, o era una parada cardiorrespiratoria).

El conductor y usted son la misma persona (también puede ser tu gemelo de manos, pero no es lo mismo). En caso de no ser así, mire fijamente a los ojos a la otra persona y pídale el matrimonio.

Cuando no lo haremos:

El conductor tiene un nivel de mala hostia de grado cinco (no confundir con el grado cinco de confianza o las consecuencias pueden no ser las esperadas). Repetidos intentos de acercar la mano al radio casete pueden hacer que el grado de mala hostia del elemento musical opresor aumente de nivel paulatinamente. No interesa nada esa opción, saquen a relucir su diplomacia suiza si es que la tienen a mano.



Muy posiblemente, ser MUY pesados tenga como consecuencia llevarnos puestos los dos alerones, uno en cada oreja


Sumado un conductor con mala hostia de grado tres y acompañado de una novia de grado dos, puede parecer poco, pero, ¿han visto como muere Paulie Gatto o Carlo Rizzi en El Padrino? Yo que ustedes no me fiaría del que vaya tras su asiento. Desde este punto ir añadiendo elementos en contra, sean del grado que sean nos pone en una difícil situación, sólo salvables con la patraña oportuna o la típica falacia.

Si el dueño es de un intelecto superior hay que abstenerse, sería imposible competir con Sanchez Dragó, Pedro Ruíz o algún tertuliano acostumbrado a los micrófonos. Si además creen innecesaria la música que se salga de las directrices de un cantautor hay que ir asumiendo que iremos escuchando a Jarcha el resto del trayecto.

Cuando hemos sido nosotros los que hemos elegido el disco, es raro conseguirlo, pero hay que demostrar cierta fortaleza ante las adversidades, y un número ilimitado de ocupantes que no quiere escuchar un especial de melenudos psicodélicos no deben hacernos cambiar de opinión, ni disculparnos, recuerden la rabia que eso le da a Homer.

Nota importante: Pese a lo que pueda parecer, acepto normalmente lo que me ponen, si bien haber explicado eso no hubiera llevado más de cinco minutos y no nos hubiera leído ni nuestras respectivas abuelas.


PD: Os dejamos con Ridin´ In My Car de NRBQ. Con canciones así de maravillosas nadie osará ponerse en tu contra y existirá el completo acuerdo y satisfacción.


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martes, 1 de febrero de 2011

7´´, 45 r.p.m. y un pequeño trozo plástico: Johnny Thunders & The Chesterfield Kings


Critic´s Choice / I'd Rather Be With The Boys / London Boys


Retomamos esta mini sección, la cual no es mini porque dejamos de lado el divagar durante largo rato como si fuéramos Jesús Hermida, sino que es mini por el tamaño de los discos aquí comentados, generalmente singles y EPs, o para que nos entiendan nuestros más jóvenes lectores: unos emepetrés muy caros, almacenados en figuras circulares de tamaño similar, que se introducen en un cartón con fotos (a veces hechas con cámara analógica, el diablo debe estar detrás). Alguno pensará que esa es la descripción de una caja de galletas, pues sí, parecido.



En este caso, el artefacto sónico pertenece a la alianza entre Juanito Truenos y los Chesterfield Kings. No todas las cosas divertidas acaban en erveza o aberna. Se trata por tanto de la unión entre un Thunders que no fue imputado en la Operación Galgo porque él inventó el dopaje, junto a Greg Prevorst y los suyos, o lo que es lo mismo, el señor que se pinta como una puerta, utiliza una laca para el pelo con idéntica composición química que No Más Clavos y junto a Andy Babiuk forman el grupo más melómano de los últimos treinta años.

La cara A esconde una canción de Thunders, “Critic´s Choice”, repleta de remedios terapéuticos y muy en la onda de las canciones del padrino punk. En la cara B, dos canciones con sonido de dudosa procedencia: “I'd Much Rather Be With The Boys”, que aunque se cite como de Jagger-Richards, es realmente una colaboración del último junto al manager Andrew Oldham (curioso dato), y “London Boys”, nuevamente del bueno de Thunders. Editado por el muy apropiado sello Junkie Records y en color amarillo para que el artefacto salga aún más caro, y poca más información puedo darles, que yo sepa aun no domino el japonés, algo realmente asombroso si se tiene en cuenta mi afición a hablar mal todos los idiomas que conozco.



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